martes, 5 de enero de 2021

Empatía

No sé qué otra cosa se le podría pedir al nuevo año que empatía. Siete letras. Una palabra que se parece a simpatía nos resulta cercana. Visto desde hoy parece una quimera y os diré por qué.

Hace ahora nueve meses que el mundo contuvo la respiración. Las empresas, los proyectos personales y profesionales, los sueños, las familias o los pequeños y grandes productores se vieron zarandeados por un fantasma que fue invadiendo mercados, política, fronteras y hasta nuestros propios hogares. 

Su nombre ya lo conocemos, coronavirus. Y su origen geográfico está en el lejano oriente, aunque poco se sabe de cómo se formó o estalló paralizando en primer lugar nada menos que a la segunda economía del mundo. China tan pronto se detuvo por completo como retomó sus máximos niveles de producción. Al resto de países nos va a costar algo más.
 

Además del perjuicio económico que es evidente e irreparable, sobre todo en sectores como el turístico que aportaba al PIB un 12% y este último año apenas ha llegado al 4%. Quien crea que no le afecta porque no trabaja en este ámbito está bastante equivocado, ya que al final este descalabro lo iremos pagando todos, si bien es cierto que posiblemente unos pocos se enriquezcan aún más con esta lotería vírica. Y es que antes de aparecer nadie pudo prever una caída de determinados sectores económicos como esta, ni anticipar escenarios como los que hemos vivido y aún viviremos.

Pero volviendo al terreno personal y social, lo que realmente nos deja esta crisis es división, en gran medida. De la clase política mejor ni hablamos, y este maldito coronavirus nos ha puesto frente a la dura realidad de lo vulnerables que somos a las dificultades de la vida. 

Se ha acuñado el término "policía de balcón" o "vecinos del visillo" para designar a todo el que desde su atalaya recriminaba y recrimina a todo hijo de vecino cualquier actitud. El problema no es la incapacidad humana para ponerse en el lugar del otro, que es algo manifiesto, sino que hemos dejado de atender a nuestra vida, quizá porque de puertas para dentro no tenía mayor interés, para apagar nuestra frustración criticándolo todo. 

Cuanto más permanecíamos en casa para cumplir con los cambiantes e irracionales muchas veces, requerimientos de la autoridades sanitarias, más odiábamos al vecino que salía a la calle. Como no puedo escapar de mi racionalidad, me he sorprendido muchas veces viendo al que caminaba al aire libre y haciendo el ejercicio de pensar que quizá va a trabajar, a atender a su madre o a comprar medicamentos. Pero en el fondo de todo está el que realmente no me importa, nunca he visto una relación directa entre las muertes y el que sale tres veces al día a comprar el pan o pasear al perro. 

Llamadme simple pero yo al 2021 le pido empatía. Cuando nos ponemos en los zapatos del otro podemos ver las cosas de otra manera, comprender determinadas actitudes, e incluso entender que actuaríamos igual en su situación. Esto impide que el odio germine y aflore, dañándolo todo a su alrededor. En definitiva, volver a poner el foco en nuestras vidas, y dejar a las autoridades policiales que establezcan el orden en las ajenas nos evitará muchos dolores de barriga, y nos traerá paz. 

Si los políticos tuvieran empatía, quizá serían capaces de llegar a acuerdos. Posiblemente no usaran esta crisis sanitaria y su dolor como arma arrojadiza. Y puede que incluso a pie de calle volviéramos a sonreírnos y desearnos, de corazón, ese futuro mejor.

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