viernes, 31 de diciembre de 2021

Carta al 2021: llévate tus sombras

Querido 2021:

Tenía forzosamente que dedicarte unas líneas en este cierre de año. No han sido 12 meses fáciles, y aunque dice el refrán que mejor malo conocido que bueno por conocer, yo estoy deseando cerrar este calendario y abrir el de 2022.

Pasados tan solo unos días desde que tomamos las uvas, la vida nos tenía preparado un trago amargo. Una revisión rutinaria que, afortunadamente, llevo años haciendo por consejo de la ginecóloga venía a poner un nubarrón de incertidumbre.

Antes de contarlo tengo que decir que me siento tremendamente afortunada, y no he podido en estos meses más que pensar en aquellas personas que lo pasaron tan mal, que no tuvieron el suficiente apoyo o confortabilidad en este proceso y, sobre todo, en las personas a las que truncó su vida esta dolorosa enfermedad.

Adiós 2021

 

En febrero, tras una biopsia que tuve que pasar sola, y en plena segunda ola de la pandemia, me dijeron que tenía cáncer de mama. Salí del hospital sollozando, a mis 45 primaveras llorar por la calle no me avergüenza, porque este lado humano es el que nos mantiene a flote. Realmente mi pena no era miedo, me había propuesto tener confianza en que me curaría, sino la angustia de tener que pasar por un trago así, en el medio del trabajo, de los estudios ya de madurez que estoy cursando, de todos los proyectos en marcha, alguno truncado por la pandemia, de las circunstancias de la vida, de todo... 

En los momentos, pocos, en los que me venía abajo y pensaba es banalidades como la hipoteca, la puta hipoteca, ¿y si no lo supero?, trataba de despejar este humo y mirar hacia adelante. Me concentré en bailar y cantar, a veces sin ganas, a veces para no pensar, a veces por no parecer triste. Mis tres soles y toda esa panda de gente buena pusieron la banda sonora.

Por suerte todo transcurrió rápido y bien. Y tras mastectomía, reconstrucción, radioterapia, cientos de pruebas y otro tanto de paciencia, ahora dedico mis esfuerzos a recuperarme y sobrellevar los envites de la dichosa terapia hormonal, que se supone que me ayudará a minimizar futuros riesgos. 

Convivo a partes iguales con mis limitaciones físicas: dolor, molestias, sofocos, mareos y cansancio, y con el bálsamo que voy poniendo en mis heridas, las otras, las que no se ven. Ahora tengo tres cicatrices más o menos visibles, las dos cesáreas y el pecho, y unos cuantos aprendizajes.


Aún así pude sacar adelante en lo profesional todo lo que me propuse, los límites solo están en nosotros mismos, la realidad es que cuanto más nos esforzamos a más cosas llegamos. Por eso, y gracias a todo este apoyo, y la pasión que siempre he tenido por mi trabajo, la enfermedad fue solo un escollo, y los restos ya sabéis que son la salsa de la vida.

Todos los procesos vitales enseñan algo. A mí, estos meses me han hecho ver las caras amables, muchas ya sabía que estaban ahí, y algunas sombras, pero en ellas no puedo permitirme perder el tiempo. He tenido un buen montón de ángeles a mi alrededor que me han sostenido, muchas lo pasaron primero, y me guiaron para seguir adelante. Espero poder hacer lo mismo, con la misma responsabilidad, con el mismo coraje y con la misma generosidad. 

Este año, un año más, no podremos estar arropados por la familia o los amigos, pero la distancia es una distancia corta, porque el cariño mueve montañas y viaja en línea recta. 

Os deseo un buen final de año, pero sobre todo un 2022 lleno de buenas cosas en lo personal y en vuestros proyectos.




martes, 5 de enero de 2021

Empatía

No sé qué otra cosa se le podría pedir al nuevo año que empatía. Siete letras. Una palabra que se parece a simpatía nos resulta cercana. Visto desde hoy parece una quimera y os diré por qué.

Hace ahora nueve meses que el mundo contuvo la respiración. Las empresas, los proyectos personales y profesionales, los sueños, las familias o los pequeños y grandes productores se vieron zarandeados por un fantasma que fue invadiendo mercados, política, fronteras y hasta nuestros propios hogares. 

Su nombre ya lo conocemos, coronavirus. Y su origen geográfico está en el lejano oriente, aunque poco se sabe de cómo se formó o estalló paralizando en primer lugar nada menos que a la segunda economía del mundo. China tan pronto se detuvo por completo como retomó sus máximos niveles de producción. Al resto de países nos va a costar algo más.
 

Además del perjuicio económico que es evidente e irreparable, sobre todo en sectores como el turístico que aportaba al PIB un 12% y este último año apenas ha llegado al 4%. Quien crea que no le afecta porque no trabaja en este ámbito está bastante equivocado, ya que al final este descalabro lo iremos pagando todos, si bien es cierto que posiblemente unos pocos se enriquezcan aún más con esta lotería vírica. Y es que antes de aparecer nadie pudo prever una caída de determinados sectores económicos como esta, ni anticipar escenarios como los que hemos vivido y aún viviremos.

Pero volviendo al terreno personal y social, lo que realmente nos deja esta crisis es división, en gran medida. De la clase política mejor ni hablamos, y este maldito coronavirus nos ha puesto frente a la dura realidad de lo vulnerables que somos a las dificultades de la vida. 

Se ha acuñado el término "policía de balcón" o "vecinos del visillo" para designar a todo el que desde su atalaya recriminaba y recrimina a todo hijo de vecino cualquier actitud. El problema no es la incapacidad humana para ponerse en el lugar del otro, que es algo manifiesto, sino que hemos dejado de atender a nuestra vida, quizá porque de puertas para dentro no tenía mayor interés, para apagar nuestra frustración criticándolo todo. 

Cuanto más permanecíamos en casa para cumplir con los cambiantes e irracionales muchas veces, requerimientos de la autoridades sanitarias, más odiábamos al vecino que salía a la calle. Como no puedo escapar de mi racionalidad, me he sorprendido muchas veces viendo al que caminaba al aire libre y haciendo el ejercicio de pensar que quizá va a trabajar, a atender a su madre o a comprar medicamentos. Pero en el fondo de todo está el que realmente no me importa, nunca he visto una relación directa entre las muertes y el que sale tres veces al día a comprar el pan o pasear al perro. 

Llamadme simple pero yo al 2021 le pido empatía. Cuando nos ponemos en los zapatos del otro podemos ver las cosas de otra manera, comprender determinadas actitudes, e incluso entender que actuaríamos igual en su situación. Esto impide que el odio germine y aflore, dañándolo todo a su alrededor. En definitiva, volver a poner el foco en nuestras vidas, y dejar a las autoridades policiales que establezcan el orden en las ajenas nos evitará muchos dolores de barriga, y nos traerá paz. 

Si los políticos tuvieran empatía, quizá serían capaces de llegar a acuerdos. Posiblemente no usaran esta crisis sanitaria y su dolor como arma arrojadiza. Y puede que incluso a pie de calle volviéramos a sonreírnos y desearnos, de corazón, ese futuro mejor.